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La convergencia de intereses en los procesos de integración
Lic Mónica BuraschiEl autor Cohen Orantes (1981) cuestiona las definiciones tradicionales de integración desde el punto de vista económico (la abolición de barreras discriminatorias entre dos o más países con el fin de crear un único espacio económico) o político (la transferencia de atribuciones a favor de una unidad mayor) y propone en cambio definir la integración como “el proceso mediante el cual dos o más gobiernos adoptan, con el apoyo de instituciones comunes, medidas conjuntas para intensificar su interdependencia y obtener así beneficios mutuos.”Desde esta perspectiva, que elude hacer referencia al estadio de integración que se considera como meta final, considero que es posible la integración regional entre países con intereses divergentes, siempre que ambos perciban que obtendrán beneficios con la firma del acuerdo. Un claro ejemplo de ello lo constituye el NAFTA, que incluye en una misma zona de libre comercio a países de desarrollo tan dispar como EEUU y México, cuyos intereses son en consecuencia muy diferentes, pero que encuentran en el proceso de integración un mecanismo para aprovechar recíprocamente la ventaja competitiva mexicana de bajo costo de  mano de obra y la transferencia de capital y tecnología de avanzada por parte de EEUU.También en el MERCOSUR podemos decir que los intereses son divergentes entre Brasil, que cuenta con una industria mucho más desarrollada en términos relativos y el resto de los países signatarios del acuerdo, que son principalmente productores agrícolas. El hecho de que se considere la incorporación de Venezuela, país petrolero con escaso desarrollo agrícola e industrial, también pone en evidencia que los intereses comunes no son condición necesaria para la conformación de un bloque. Según Malamud (2004), la variable que pesa particularmente para iniciar un proceso de integración regional en el caso latinoamericano no sería de tipo económico sino político: la voluntad de los presidentes. Esa sería la explicación por la cual el regionalismo recién tuvo éxito cuando se generalizaron los regímenes democráticos y los titulares del poder ejecutivo se involucraron en forma directa.Sin embargo, existe una diferencia fundamental entre los dos ejemplos citados: mientras que el NAFTA no pretende ser más que una zona de libre comercio, el MERCOSUR aspira alcanzar un estadio de integración superior, trascendiendo el plano comercial. La constitución de un mercado común con libre movilidad de personas y capitales tiene otras implicancias tales como la coordinación de las políticas macroeconómicas, la armonización de las normativas migratorias y laborales, el reconocimiento de títulos y habilitaciones, etc. Esto conlleva un esfuerzo político y social mucho mayor que la eliminación de aranceles, lo cual será más fácil de lograr cuanto más convergentes sean los intereses de los países participantes del proceso. Es por ello que los bloques regionales enfrentan un  trade-off  entre extensión (cantidad de miembros) y profundidad de la integración.No obstante, esta convergencia de intereses puede ser favorecida por el mismo proceso de integración. Malamud sostiene que en el caso latinoamericano, si los presidentes efectúan una atractiva “oferta de integración” a través de un adecuado diseño institucional o un activo liderazgo regional, pueden generar a posteriori su propia demanda de integración, lo que en otras palabras sería la construcción de un interés transnacional.Comparto este razonamiento para el caso de Argentina y Brasil, dos países que con anterioridad al proceso de integración tenían muy poca interdependencia comercial, en los que los gobiernos nacionales “supieron vender” el proyecto del MERCOSUR de una manera que fue rápidamente aceptada e internalizada por los demás actores estatales y privados. La constitución de regiones provinciales con visión supranacional claramente orientada al comercio con Brasil (Región Centro, Región Norte Grande) son ejemplos de cómo el proceso de integración es capaz de modificar las identidades y los intereses a nivel doméstico. En la Teoría de las Relaciones Internacionales estos planteos se enmarcan en el debate entre racionalistas y constructivistas. Según los primeros debería haber intereses convergentes para que pudiera darse un proceso de integración más profundo, ya que los individuos actúan de acuerdo a ellos. Los constructivistas, en cambio, basan su análisis en el estudio de las normas, sosteniendo que los actores pueden ajustar sus intereses a lo que es apropiado según ellas.En mi opinión, al igual que autores como Dür y Mateo González (2004), este debate no es sustancial en el estudio de los procesos de integración, ya que en este ámbito los países actúan a veces racionalmente y a veces inducidos por las normas. Considero que la convergencia de intereses favorece la profundización de los acuerdos, ya que los países adoptarán más fácilmente aquellas normas que sean coincidentes con sus intereses e identidades. Sin embargo, como en el ejemplo citado, una vez establecida la norma es posible modificar los intereses a favor del proceso de integración, siempre que la oferta efectuada sea lo suficientemente atractiva para los diferentes actores del espacio regional.  

Bibliografía citada

COHEN ORANTES (1981) “El concepto de integración”, Revista de la CEPAL Nº 15.DÜR, A. y MATEO GONZÁLEZ, G. (2004) “¿Más hombres ciegos y más elefantes? Una revisión de la literatura más reciente sobre la integración europea”, WP 233, Institut de Ciencias Politiques i Socials, Barcelona, España.

MALAMUD, Andrés (próxima publicación), “Jefes de gobierno y procesos de integración: las experiencias de Europa y América Latina”, in José Briceño Ruiz, Shigeru Kochi and Philippe de Lombaerde (eds.): Nuevas dimensiones y estrategias de integración en el Continente Americano: Del regionalismo latinoamericano a la integración interregional.  Disponible en la página web de Andrés Malamud.

 

 
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