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LA DECADENCIA AMERICANA: UN DEBATE RECURRENTE QUE TAMBIEN AFECTA A GEORGE W BUSH
                                                                                                 Anabella Busso

El debate en torno a la decadencia americana ya registra varias décadas y se ha caracterizado por opiniones que marcaron el inicio de la caída del poder estadounidense y las que subrayaron que EE.UU. se encuentra aún en el período ascendente en cuanto a sus capacidades de poder. Así la administración Eisenhower fue acusada de permitir una brecha misilística con la URSS en el momento del lanzamiento del Sputnik, el fracaso en la guerra de Vietnam marcó una segunda etapa de dudas sobre las capacidades americanas y el resto de la década de los ‘70 fue señalado como el tiempo de la crisis relativa de hegemonía americana caracterizada por el desafío económico japonés, la expansión soviética en el tercer mundo, los conflictos en torno al mercado energético, los problemas domésticos devenidos del síndrome de Vietnam y el escándalo de Watergate, entre otros. Todo esto aportó a la tesis de los declinacionistas que en los ‘80, siguiendo el análisis del historiador Paul Kennedy, hipotetizaron sobre el efecto causal generado por la sobre-extensión en la caída de los imperios. Consecuentemente, la idea de que los grandes imperios caen cuando sus obligaciones estratégico-militares superan sus capacidades económicas tomó fuerza explicativa para el caso americano desde los ‘70 en adelante.
Sin embargo, la década de los ‘90 puso en duda la pertinencia de esa hipótesis. Si bien no existieron obras que desafiaran con fundamentos sólidos la relación causal mencionada, sí aparecieron numerosos autores que discutieron e, inclusive, negaron que EE.UU. estuviese transitando por esa situación. Muy por el contrario se refugiaron en el escenario de posguerra fría para argumentar en sentido opuesto: la caída de la URSS y los socialismos reales; el predominio del modelo de economía de mercado; el triunfo en la Guerra del Golfo; el anuncio de un nuevo paradigma de política exterior americana basado en la extensión y el compromiso con la democracia que caracterizó la gestión de Clinton y la recuperación del liderazgo económico-tecnológico fueron parte de los hechos mencionados para hablar de una nueva pax americana que, en función del criterio de análisis privilegiado por cada autor, tomaría la forma de un orden unipolar basado en una hegemonía tradicional, una hegemonía benevolente, o un liderazgo compartido con los principales aliados según los temas de agenda internacional que se tratasen.
Si bien esta posición tampoco fue unánime en tanto existieron posturas que argumentaron la imposibilidad estructural de volver a un período de plena hegemonía de Washington -semejante al alcanzado en la inmediata segunda posguerra- y otras que destacaron que el nuevo momento liberal de la política exterior -basado en valores altruistas que serían defendidos por una nueva generación de políticos que arribó a la Casa Blanca- debía pasar la prueba empírica de su puesta en acto; todos acordaron que con la llegada al poder de George W. Bush y con la política exterior aplicada con posterioridad a los atentados del 11 de septiembre basada en el uso de la fuerza, se reorientó la discusión concentrándose en si la administración republicana lograría o no establecer una condición imperial.(1)
La búsqueda de un rol imperial para EE.UU. por parte de Bush y su equipo quedó claramente expresada durante su primera administración.(2) El gobierno conjugó una serie de tradiciones socio – políticas y las condujo a su máxima expresión neoconservadora articulándolas con limitaciones invocadas en nombre de la emergencia de seguridad nacional. Llamó al fortalecimiento del nacionalismo basado en los supuestos de excepcionalismo e incrementó los componentes religiosos en el discurso y la gestión administrativa y, en nombre de las urgencias de la guerra contra el terrorismo, centralizó el proceso de decisión sobre política exterior, otorgó nuevas prerrogativas a los organismos de inteligencia, deterioró las libertades individuales, reclamó la recuperación del consenso bipartidista sobre política exterior; elaboró una nueva estrategia de seguridad nacional basada en la acción preventiva considerada por los opositores como la nueva estrategia imperial y, a nivel internacional, le declaró la guerra a Afganistán, forzó la inclusión de la guerra contra Irak como un paso de la lucha contra el terrorismo, rompió las reglas vigentes en el derecho internacional, desconoció a los organismos internacionales, se alejó de los aliados tradicionales y formó coaliciones ad hoc(3).
Los resultados de las elecciones para un segundo mandato le dieron a la administración Bush la legitimidad que no había tenido en su acceso al gobierno en 2001 y dejaron en claro que, más allá de cualquier expectativa existente en el exterior, la acción externa de Washington no cambiaría. En ese contexto los discursos presidenciales pusieron de manifiesto que el presidente consideró su reelección como una revalorización de su liderazgo y su mandato para que aplicara una política exterior aún más inflexible en la búsqueda de los intereses nacionales(4). Por otra parte, los cambios en el gabinete confirmaron lo dicho más arriba e intentaron incrementar el dominio presidencial sobre las cuestiones de seguridad(5). Finalmente, corresponde destacar que no existen ejemplos que muestren que ante situaciones de crisis o críticas bastante generalizadas Bush haya contestado con una estrategia de debilidad. A cada una de las situaciones de crisis las enfrentó con respuestas cada vez más orientadas hacia sus convicciones conservadoras. Según Ted Jellen esta situación no tiene antecedentes. La conducta general de los presidentes americanos ha sido que cuando enfrentan inconvenientes internos tienden a corregir su política en dirección de las demandas de la oposición e, inclusive, de los independientes. Sin embargo, las decisiones de Bush ante estos reclamos han sido profundizar la dirección que ya había tomado separando cada vez más sus propuestas de las de la oposición(6).

En estas notas avanzo algunas reflexiones sobre cuáles serían los motivos que han identificado importantes analistas, la mayoría de ellos provenientes de escuelas críticas, para destacar que la actual política exterior de la administración Bush más allá de sus objetivos no contribuye a fortificar la dominación americana, sino que, a la inversa de lo que pretenden los neoconservadores, está sentando las bases de la decadencia o, como opinan otros, está acelerando su proceso.

 

Las razones que despiertan nuevamente el debate

En función del panorama descrito más arriba no parecerían estar dadas las condiciones para un renacer del debate en torno a la decadencia americana.  Sin embargo, el mismo ha reaparecido aunque con un perfil parcialmente distinto al de etapas anteriores. En primer lugar, los mayores impulsos del debate provienen del rechazo que ha generado la política exterior de la actual administración a nivel global, incrementando el antiamericanismo a lo largo del planeta. La intensidad de la crítica ha comenzado a llamar la atención tanto de académicos como de parte de la elite política estadounidense quienes evalúan que dichas críticas no provienen necesariamente de enemigos de EE.UU., que en numerosas ocasiones tienen fuertes fundamentos y, finalmente, que el incremento de las tensiones con el exterior no contribuye a la seguridad nacional. En segundo lugar, hay que destacar que los medios de comunicación estadounidenses así como la clase política han comenzado a expresar sus desacuerdos con las decisiones y los resultados de la gestión de gobierno, especialmente en todo lo concerniente a la guerra en Irak, algo que no se había producido anteriormente. Finalmente, el abordaje de determinados issues de la política doméstica está incidiendo negativamente sobre la popularidad del presidente. 
Dicho en otra palabras, si bien Bush consiguió su reelección por una diferencia de votos sobre el candidato demócrata que le permitió legitimar su gestión, también hay que subrayar que el apoyo a su segunda administración está atado a los avances en temas complejos como la evolución de la guerra en Irak y el manejo del déficit fiscal, a lo que se suman cuestiones no incluidas previamente en el análisis como el debilitamiento de la alianza gobernante, los efectos desastrosos de las catástrofes naturales que afectaron al país y los problemas de legalidad y legitimidad vinculados con las argumentaciones usadas para justificar la destitución de Saddam, que involucraron acciones consideradas delitos federales tal como hacer pública la identidad de una espía de la Central de Inteligencia Americana(7).    

 

- El incremento de las disputas en la alianza gobernante.

El triunfo hizo que durante los primeros meses de 2005 Bush dejara en claro que continuaría aplicando sus políticas de ataque frontal para alcanzar sus objetivos, pasando por encima de las fuerzas de oposición, e inclusive de los miembros más débiles de su propio partido, porque esa estrategia le había generado un gran capital político; sin embargo las diferencias políticas al interior del bloque de sus principales aliados son ahora más claras que antes. Los tres núcleos centrales de ese apoyo -la derecha cristiana, los empresarios y los militaristas- se atribuyen como suya la victoria, ejerciendo presión sobre el mandatario en pos de sus intereses particulares, pero con el inconveniente de que esos intereses son muy dispares entre sí y ninguno de ellos está dispuesto a hacerle demasiadas concesiones al otro (Wallerstein, 2004)
La Derecha cristiana está básicamente preocupada por los asuntos internos de los EE.UU., fundamentalmente el matrimonio gay y el aborto. Para cambiar estas políticas necesita una enmienda constitucional y revertir un fallo anterior de la corte (Roe vs. Wade) y, en este contexto, la cuestión central pasa por ver cómo se manejan los cambios ligados con los cargos a cubrir por jubilación en la Corte Suprema que permitan una votación  destinada a revertir tal fallo.(8)
Por otra parte los empresarios -identificados como conservadores económicos-  pretenden volver al pasado en términos de sistema impositivo, regulaciones ambientales, procesos judiciales y costos de salud. En este marco destacan la necesidad de que los cambios impositivos instaurados durante la primera administración -que implican una clara disminución de los pagos de quienes más tienen- se hagan permanentes y que se sostenga la propuesta de reforma al sistema de seguridad social; en el ámbito de las cuestiones medioambientales se espera que el presidente pueda continuar manejándolas por decreto sin intromisión de la justicia y la misma expectativa se concentra en cuanto a los litigios de acción de clase o colectivos por los cuales las empresas deben dar cuentas por sus delitos ante una gran cantidad de afectados. Estas propuestas pueden, según Wallerstein, contar con menos oposición de los demócratas que de la facción de los capitalistas más sofisticados, seriamente preocupada por los posibles efectos de la caída del dólar y por la enorme deuda gubernamental sobre el mercado de acciones. Ante este escenario reclaman una reducción del déficit fiscal y señalan que la forma más rápida de hacerlo es a través de una disminución del presupuesto militar. (Wallerstein, 2004) Siguiendo esta línea de análisis podría afirmar que, tal como lo desarrollé en otros trabajos (Busso: 2002 y 2006), los sectores financieros continúan siendo la porción económica que mantiene cierta tensión con la administración Bush. Durante su primer mandato la disputa se concentró en el abandono de los operativos de salvataje para los países en desarrollo con fuertes crisis financieras, tomado como política oficial de Washington desde la llegada de Bush, que puso en evidencia la competencia entre el Estado americano y los grupos financieros transnacionales por la conducción de las finanzas mundiales. Durante el segundo mandato la mencionada disputa puede incluir más temas de la agenda económica doméstica sumados a las cuestiones de economía internacional.
El tercer grupo señalado por Wallerstein es el de los militaristas identificados también como “vulcanos”, “halcones” o los "unilateralistas jacksonianos", quienes consiguieron imponer su objetivo durante la primera administración: lograr que EE.UU. vuelva a ser una potencia hegemónica indiscutida a nivel global. Para ello el uso de la fuerza y la militarización de la política exterior aparecen como datos centrales para su consolidación dentro del gobierno. Los principales problemas que enfrenta este grupo están ligados a la evolución de la guerra en Irak donde los resultados no son los buscados y la posibilidad del retiro repentino aparece como un costo inaceptable.
Las consecuencias más destacadas de este escenario habitan en ciertas fuerzas profundas de la política exterior americana, a saber: la tensión entre introversión y extroversión y la tradición aislacionista. Como señala Klingberg la política exterior americana se balancea entre períodos de extroversión, cuando los  EE.UU. orientan su atención y energía hacia el extranjero, y períodos de introversión, cuando se concentra en los problemas internos. El péndulo se balancea hacia lo interno después de las guerras y, consecuentemente, presidentes como Wilson, Truman (y podríamos incluir también a Bush padre) esperaron el tributo de su pueblo por el triunfo en la guerra. Sin embargo, encontraron el rechazo de los americanos quienes demandaban de sus  líderes la atención de las cuestiones internas. (Klingberg: 1983) Si bien la guerra en Irak no está ganada ni terminada, la tendencia a la introversión puede ir consolidándose en tanto la población vaya incluyendo en sus evaluaciones si dicha guerra garantiza la defensa de sus cuestiones domésticas -incluida la seguridad nacional- o la perjudica. Por otra parte, la introversión tiene fuertes lazos con la tradición aislacionista que, en EE.UU., posee adictos de derecha e izquierda(9), quienes también demandan un regreso a casa y un privilegio de lo interno sobre lo internacional. En este marco es importante señalar que un país con ese poder no puede volver a un aislamiento en sentido estricto, pero sí puede enfrentarse con la necesidad de atender su frente interno y disminuir considerablemente su sobre-extensión militar y el componente confrontacionista de su política exterior. Finalmente, debo mencionar que el aislacionismo de izquierda surge en los EE.UU. como consecuencia de la guerra de Vietnam. Actualmente los americanos se enfrentan a situaciones similares a la de aquella época: una guerra que no pueden ganar, un considerable número de soldados que no están convencidos de la necesidad de participar en la misma  y la pregunta sobre si el ataque a Irak fue una decisión acertada para la defensa del interés nacional americano o no. Consecuentemente, de consolidarse la situación actual Bush podría enfrentar en el corto plazo el crecimiento de los sectores liberales de izquierda como una contra-reacción al extremo conservadorismo de derecha.
Como sostuve más arriba hasta el presente el Presidente Bush ha contestado a cada una de las situaciones de crisis con respuestas cada vez más orientadas hacia sus convicciones conservadoras, pero actualmente existen dudas sobre si esto continuará siendo así o no debido a la complejización del cuadro interno. A un año de su reelección el presidente enfrenta la peor situación interna (Irak, huracanes, candidatos a la Corte Suprema, Plamegate, déficit fiscal, entre otros) de toda su administración. Este escenario abre la posibilidad de que la estrategia de profundización del neoconservadorismo encuentre ahora más inconvenientes que antes y, por lo tanto, que la Casa Blanca enfrente la necesidad de aplicar algunos giros importantes a su política exterior.

Subrayando otros aspectos Hobsbawm (2005, 14 y 15) sostiene que existen tres hilos conductores entre los EE.UU. hegemónicos de la Guerra Fría y el intento de búsqueda de la supremacía global a partir de 2001. Uno de ellos tiene que ver con el enorme poder tecnológico-militar de los EE.UU., el cual resulta imposible de desafiar y que se convirtió en global luego de la caída de la URSS. El segundo hilo es el peculiar estilo del imperio estadounidense, que siempre prefirió los estados satélite o los protectorados a las colonias formales. El tercer hilo relaciona a los neconservadores de Bush con la certeza de los colonos puritanos de ser un instrumento de Dios en la tierra y con la Revolución Americana que, como todas las grandes revoluciones, desarrolló convicciones misioneras mundiales sólo limitadas por el deseo de proteger a la nueva sociedad de libertad universal de la corrupción del Viejo Mundo. Así, las tensiones entre el aislacionismo y el globalismo se resolvieron a través de la búsqueda de un enemigo externo que representara una amenaza mortal para la seguridad de EE.UU. y sus ciudadanos. A inicios del siglo XXI EE.UU. ocupó una posición sin precedentes que contribuyó a alentar la idea de la supremacía global, algo que ningún otro imperio había pretendido. Sin embargo todas estas características no alcanzan a explicar la megalomanía con la que los hombres de Bush emprendieron este proyecto de dominación a partir del 11 de septiembre. Para el autor la razón que explica esta actitud es la falta de apoyo de los pilares tradicionales del imperio desde 1945: el Departamento de Estado, las fuerzas armadas, la inteligencia, y los estadistas e ideólogos de la supremacía de la Guerra Fría, de hombres como Kissinger y Brzezinski. Estos, que en términos comparativos fueron tan duros como los funcionarios actuales, critican a los planificadores del Pentágono y a los neconservadores  porque  es evidente que  no tienen más ideas que la imposición de la supremacía a través del uso de la fuerza, con lo que tiran por la borda toda la experiencia acumulada de planificación militar y diplomática de Washington. Concluye que finalmente el proyecto fracasará, pero que mientras continúe el mundo será un lugar intolerable para quienes sufran la intervención armada estadounidense, y un lugar menos seguro para el resto de nosotros.

 

- La naturaleza jugando en contra

El huracán Katrina puede ser descrito como una de las más grandes catástrofes que azotó a EE.UU. En ese marco gran parte de la población afectada manifestó su descontento con la calidad y los tiempos de la asistencia federal. El presidente fue criticado por la falta de preparación para atender este tipo de crisis y por su excesiva concentración en la guerra en Irak. Las imágenes sobre el desastre y las actividades de asistencia parecían más típicas de un país subdesarrollado que de la primera potencia mundial, situación que fue acompañada por un hecho con escasos precedentes: la solicitud de asistencia internacional por parte de Washington. Posteriormente, el huracán Wilma reinstaló la crítica entre los habitantes de Florida. A nivel del análisis internacional, estos hechos se asociaron al desinterés del gobierno con el proceso de calentamiento global canalizado a través de la negativa de Bush para ratificar el protocolo de Kyoto.
Más allá de las críticas generalizadas que debilitaron la popularidad presidencial resulta interesante analizar el tema desde una perspectiva más estructural. Para Nathan Gardels el escenario posterior al paso del huracán Katrina caracterizado por el vandalismo y la presencia de francotiradores es un signo de la decadencia americana y un efecto de la muerte del Estado. En este marco destaca que en EE.UU. existe una larga historia de invisibilidad de los negros pobres y que ese sector de la población sólo aparece en el ámbito de la vida cívica cuando algo sale mal. Desde su perspectiva, el daño emocional del no reconocimiento es profundamente corrosivo y desata una especie de desborde de furia, que es la respuesta a heridas de clase ocultas. Por otra parte, remarca que es un error pensar que la incapacidad para hacer frente a una catástrofe de esa naturaleza puede ser atribuida a una administración -en este caso el gobierno de Bush- en tanto la misma no puede ser personalizada porque es una culpa estructural(10), ligada al  debilitamiento del Estado a lo largo de los últimos 25 años. Para el autor la decadencia americana no deber ser entendida en el sentido romano, sino en la incapacidad del sector público para enfrentar la realidad. Por tal motivo, plantea que una de las posibilidades para detener esa decadencia es que se inicie una discusión sobre cómo restablecer el poder estatal en todos los niveles. (Gardels: 2005).

 

- El déficit fiscal
Así como la decadencia del imperio americano ha intentado ser presagiada desde lo político, otros autores han esbozado teorías a partir de lo económico. En este sentido basta recordar lo que significó en el debate el desafío económico japonés y la pérdida de competitividad de la industria americana en los ochenta.
            Más recientemente la abultada deuda externa y la consecuente dependencia norteamericana del capital extranjero han renovado las especulaciones acerca de la decadencia del imperio.
            Dicha perspectiva se basa en el análisis de que la economía estadounidense  se sostiene con el endeudamiento creciente que financia tanto el déficit fiscal como el déficit de cuenta corriente motivado por el bajo ahorro privado. En un futuro no muy lejano, la renuencia de los inversionistas públicos y privados a seguir financiando dichos déficit gemelos traería como consecuencia una crisis económica generalizada que acabaría con la hegemonía norteamericana. Parte de estos supuestos surgen de indicadores tales como que los pasivos externos de EEUU se acercan a la cuarta parte del PBI o que el déficit de cuenta corriente representa el 6% del PBI, así como de la analogía entre la situación de EEUU y las crisis que sufrieron países como Argentina, Brasil o Turquía cuando perdieron la confianza de los inversores extranjeros.
            Sin embargo, para los optimistas, muchas son las diferencias entre la economía norteamericana y la de los países emergentes como para trazar un camino paralelo entre ambas. El hecho de que la deuda externa estadounidense esté nominada en su propia moneda, el sostenido ritmo de innovación tecnológica que le ha permitido a la economía norteamericana estar al frente de cada etapa de la revolución de las tecnologías de la información en las últimas décadas, el mismo crecimiento sostenido de la economía reproduciendo ciclos positivos de largo plazo y la complementación del ciclo con las economías del sudeste asiático, de Japón, Europa y de China sugieren antes bien un aterrizaje suave en lugar de una crisis violenta. Seguramente dicho aterrizaje será desagradable tanto para los consumidores como para los trabajadores americanos, pero difícilmente socavaría los fundamentos económicos de la hegemonía de EE.UU.
            En este sentido el dólar estadounidense seguirá dominando los mercados mundiales en el comercio, los pagos y los flujos de capital. Asimismo, los bancos centrales extranjeros mantendrán un porcentaje de bonos del Tesoro de los EE.UU. respaldados en un futuro previsible por una alta calificación constituyendo una parte importante de los activos de reserva líquidos.
            Dicha perspectiva optimista encuentra un único desafío significativo para la economía norteamericana cual es la pérdida de dinamismo tecnológico de las empresas estadounidenses y el consiguiente detrimento del liderazgo en la escena internacional.

 

- La Guerra en Irak
Mucho se ha escrito sobre la decisión de Bush de ir a la guerra contra Irak y el impacto que los resultados de la misma tendrán sobre el proyecto de supremacía mundial. Sin embargo algunos puntos aparecen como los más significativos componentes de un balance negativo: la conformación del ejército que cada vez tiene un perfil más mercenario que nacional; la sobre-extensión de las obligaciones militares que involucró la guerra y la consiguiente desatención de otras dimensiones importantes de la acción externa estadounidense; el impacto económico de la misma en tanto esta guerra –a diferencia de la primer guerra del golfo- es financiada por EE.UU. generando un déficit significativo; el supuesto de que, a la inversa de lo planteado por el gobierno, ésta no garantiza la disminución de los ataques terroristas al territorio americano, sino por el contrario los incrementa a la vez que amplía los desacuerdos con los aliados tradicionales en torno a las modalidades para enfrentar la lucha contra esta amenaza; la creciente limitación de las libertades individuales cuya defensa siempre fue un baluarte del estilo de vida americano y las enormes dudas sobre la transparencia del gobierno en el estudio de las causas que impulsaron la decisión militar.

 

 

A modo de cierre

La política exterior de la administración Bush no alienta un orden internacional más estable ni despierta consenso mundial en torno a la consolidación de un liderazgo estadounidense.  A pesar de ello, la acumulación de poder por parte de EE.UU. en términos comparativos con otras potencias convierte en aceptable las dudas sobre si ésta es la instancia adecuada para el resurgimiento de las tesis declinacionistas.     
Al momento de cerrar estas notas viene a mi memoria un debate sobre la decadencia americana en el seno de la última reunión del programa RIAL en Santiago de Chile en 1990. En esa ocasión, los internacionalistas latinoamericanos estaban animados con la idea de la disminución del poder de Washington, hasta que fueron llamados a reflexionar por la economista brasilera Maria da Conceição Tavares quien les dijo “están matando muy rápidamente al gigante”. Si bien es difícil evaluar si la opinión de quienes argumentan que la actual política exterior acelera el proceso de decadencia o no, lo más seguro es que si dicho proceso acontece no será inmediato y la caída no devendrá abrupta.
En este marco considero relevante que la lectura sobre la decadencia americana que se realice desde América Latina sea prudente, esto es basada en hechos reales y análisis inteligentes y no sólo en lecturas ideológicas que podrían conducirnos hacia escenarios equivocados. Las diferencias en las cuotas de poder entre la región y Washington son tan significativas que pasará mucho tiempo antes que la disminución de la incidencia estadounidense se convierta en un dato significativo de nuestra realidad. Por otra parte, los autores no pueden señalar con claridad cuáles serán los sujetos que constituirán el liderazgo de un bloque contra hegemónico, invocando desde la conformación de fuerzas sociales transnacionales, hasta la consolidación de otro actor estatal poderoso -China-.
Por ello creo conveniente que los actuales gobiernos regionales concentren su atención en los cambios que se pueden llegar a producir durante la segunda administración de George W. Bush con el objetivo estructural de analizar profundamente el debate sobre la decadencia o la consolidación del poder americano y, por otra parte, y quizás más importante, con el objetivo coyuntural de escrutar las modificaciones que se podrían generar en la modalidad de gestión de la unipolaridad. Si tomamos como un dato de la realidad que el poder americano no caerá abruptamente, y examinamos con algún detenimiento la política exterior de las cuatro últimas administraciones estadounidenses, nos damos cuenta de que la gestión de la unipolaridad y las formas de enfrentar la globalización también han variado según quién ha ocupado la Casa Blanca y quiénes han tenido la mayoría en el Congreso. En otras palabras, como afirma Eguizábal, la política exterior de EE.UU. va a estar determinada no sólo por la variable estructural (que para este análisis es la continuidad de la unipolaridad o su debilitamiento), sino también por elementos coyunturales (el tipo de gestión que adopte el gobierno de turno y sus compromisos con el electorado).
En este marco los condicionantes que puedan surgir en la política doméstica y la actitud del electorado estadounidense tendrán también un rol central sobre la continuidad o no de la búsqueda desenfrenada de la supremacía. La labor central de América Latina consiste en conocer profundamente la situación y aprovechar las oportunidades de cada etapa en beneficio de sus sociedades.

                                        

                                                                   Rosario, febrero de 2006.

 

 

BIBLIOGRAFÍA

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CHOMSKY, Noam, (2004) Hegemonía o supervivencia. El dominio mundial de EE.UU,  Buenos Aires, Grupo Editorial Norma.

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(1)Hacemos una diferencia entre políticas hegemónicas e imperiales partiendo de la idea que la hegemonía implica cierta voluntad del más poderoso para escuchar las demandas del más débil y que está dispuesto a repartir bienes públicos necesarios para una convivencia más pacífica: las inversiones, la cooperación, la ideología, la seguridad son ejemplos de dichos bienes. La políticas imperiales anunciadas públicamente por George W. Bush involucran la búsqueda de un orden unipolar, caracterizado por una supremacía mundial perenne de Washington, la decisión de ignorar toda las normas e instituciones de derecho internacional público y la consolidación de las misiones básicas de la condición de superpotencia mundial que, como señala Chomsky (2004), abarcan “contener a los otros centros de poder mundial dentro del marco de ordenamiento mundial tutelado por EE.UU. ; consolidar el control de las fuentes de energía del planeta; impedir todo tipo de nacionalismo independiente inaceptable y resolver las crisis de la democracia dentro del territorio enemigo nacional”.

(2)Es importante destacar que la uniformidad del equipo gobernante es mayor en la segunda administración que en la primera. Si bien al asumir en 2001 la administración se mostró homogénea en cuanto a su predilección por ciertos instrumentos realistas tales como la acumulación de poder militar, dicha homogeneidad no fue tal. Así numerosos autores hicieron referencia a la tradicional disputa entre “halcones y palomas” y otros comenzaron a realizar descripciones sobre la  creciente influencia del grupo de los “vulcanos” (esta palabra es usada en referencia al Dios Vulcano, versión latina  de Hefesto o Hefaistos, Dios del fuego y de la forja).
Desde una perspectiva más compleja Nye (2003) afirma que durante la primera administración, el gobierno  estaba profundamente dividido entre quienes querían eludir las restricciones del marco institucional posterior a 1945, que EE.UU. contribuyó a construir, y quienes creían que los objetivos estadounidenses se alcanzarían mejor dentro de ese mismo marco.
Siguiendo los términos de Walter Russell Mead (2001), quien establece que existen cuatro “escuelas de pensamiento” en materia de política exterior estadounidense que están en constante interacción: la hamiltoniana (protección del comercio), la jeffersoniana (mantenimiento del sistema democrático), la jacksoniana (valores populistas y poderío militar) y la wilsoniana (predominio del principio moral), dentro de al administración Bush los "wilsonianos de derecha" neoconservadores y los "unilateralistas jacksonianos"  se enfrentaron a los realistas tradicionales, más cautos y multilateralitas. En este marco el entonces Secretario de Estado, Colin Powell, sería el más jeffersoniano, y el vicepresidente, Cheney, y el jefe del Pentágono, Rumsfeld, los jacksonianos. Desde nuestra perspectiva a este último grupo podríamos sumar a la entonces Consejera de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, y al Sub- Secretario de Defensa Paul Wolfowitz.
El enfrentamiento al interior del gobierno pudo apreciarse desde un inicio, pero ocupó un primer plano después de los atentados terroristas adquiriendo perfiles notorios mientras se discutía el documento sobre la estrategia de seguridad nacional y en la etapa previa a la guerra contra Irak. En ese marco, Dick Cheney y Donald Rumsfeld menospreciaron a la ONU como un "falso alivio"; los republicanos realistas tradicionales como Brent Scowcroft y James Baker instaron a adoptar un enfoque multilateral, y el discurso que el presidente Bush pronunció el 12 de septiembre de 2002 ante la ONU representó una victoria temporal para la coalición del secretario de Estado Colin Powell y el primer ministro británico Tony Blair. Sin embargo, la incapacidad de obtener una segunda resolución del Consejo de Seguridad y el éxito de la guerra, aseguraron el predominio de los jacksonianos y de los neowilsonianos. (Nye: 2003)

(3)En todos mis trabajos sobre la decisión del gobierno de Bush de ir a la guerra con Irak he sostenido que, más allá del discurso, esta no se inserta en la lucha contra el terrorismo, sino que responde a razones geopolíticas consideradas centrales para el siglo XXI por el grupo de los Vulcanos.

(4)Con posterioridad a su reelección Bush afirmó “Gané capital, capital político, en la campaña y ahora tengo la intención de gastarlo. Ese es mi estilo”. Tras reunirse con el Primer Ministro canadiense en noviembre de 2004 declaró a la prensa “Acabamos de celebrar unas elecciones en nuestro país y el pueblo ha decidido que la política exterior de la Administración Bush continúe otros cuatro años”, citado por  Sobren Kern  (2004)

(5)El nombramiento de Condoleezza Rice como Secretaria de Estado resultará en una política exterior aún más firme. Al reemplazar a Colin Powell, que con frecuencia se desviaba de la ortodoxia de la Casa Blanca, Bush ha dado a entender que está decidido a corregir la que fue una relación disfuncional durante su primer mandato dificultando la ejecución de la política exterior. Acciones similares en la CIA y el Consejo de Seguridad Nacional muestran que Bush pretende asumir el pleno control de su burocracia de seguridad nacional. Así, centralizando el poder e imponiendo la disciplina la Casa Blanca muestra su objetivo de sentar las bases de una política exterior mas dura. Ibidem.

(6) Esta caracterización de la conducta del presidente Bush fue realizada por el Profesor Ted Jellen en ocasión de su disertación frente a un conjunto de colegas de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de UNR, Rosario 9 de agosto de 2005.

(7)Durante octubre de 2005 debió renunciar el Jefe de Gabinete del Vicepresidente de EE.UU., Lewis Libby, por ser identificado como el funcionario que dejó trascender a la prensa el nombre de Valerie Plame, una espía de la CIA, lo que constituye un delito contra la sección 421 de la ley de Protección de Identidades de Inteligencia de 1982. El nombre de Plame habría sido revelado en venganza porque tras haber sido enviado a África, su esposo, el Embajador Wilson decidió hacer público que no existían pruebas de que Irak  hubiese intentado comprar armas en Níger, un argumento que Bush utilizó en uno de sus discursos sobre el estado de la Unión para confirmar la peligrosidad de Saddam Hussein. Este escándalo conocido como “Plamegate” o “Ciagate” involucra la posibilidad de que otros funcionarios como el Vicepresidente o el principal asesor del Presidente, Karl Rove estén involucrados en este delito, lo que podría terminar desencadenando serios problemas para la administración Bush.

(8)En el marco de los objetivos de la derecha cristiana subrayados por Wallerstein el presidente Bush durante 2005 inició este proceso logrando la aprobación del jurista John Roberts como presidente de la Suprema Corte. Sin embargo en octubre del mismo año comenzó a enfrentar inconvenientes cuando su candidata, la abogada y asesora legal de la Casa Blanca Harriet Miers, se vio obligada a retirar su nominación a la Corte Suprema por los inconvenientes que enfrentaría su candidatura en el Senado de los EE.UU. En la actualidad Bush se enfrenta al dilema de proponer a un candidato claramente conservador para poder componer con su base electoral o, como ha subrayado el Senador  Edward Kennedy “escuchar a todos los estadounidenses, no sólo a la derecha lejana” y postular a alguien que reúna cierto consenso general. LISSARDY, Gerardo, “Bush se quedó sin su candidata a la Corte”, Diario Clarín, Buenos Aires, 28 de octubre de 2005.

(9)Para una descripción del aislacionismo de izquierda y derecha ver el trabajo de Irving Bristol, “La definición de nuestro interés nacional”, en HARRIES Owen (Comp.) El propósito de los EE.UU. de América. Nuevos enfoques de la política exterior de EE.UU., Editorial Pleamar, Buenos Aires 1993. Esta compilación fue publicada anteriormente por la revista The National Interest en 1991.

(10)La personalización de las culpas también conduce a errores importantes a nivel de la política exterior. Así con posterioridad a los ataques del 11 de septiembre el gobierno de Bush buscó dos culpables Al-Qaeda e Irak, y decidió invadir este último país.

 

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